martes, 30 de julio de 2013

-El caminante ve una luz que le atrae y camina hacia ella, pero a medida que  se acerca ve como lo deslumbra y se pregunta: ¿es bueno quedarme aquí con esa luz tan brillante? Aquí veo mejor…. Entonces reflexiona y se da cuenta que al lado de la luz solamente va a ver el pequeño cerco que ilumina y el resto del camino siempre serán tinieblas sin conocer.

Prefiere dejar la comodidad de la luz, por su camino incierto e ir descubriendo un vasto y bello mundo al tiempo que disfruta de su camino. Porque es un caminante y nunca permitirá que una pequeña luz lo ciegue.



-El caminante muchas veces se siente solo, sabe que su camino es duro y piensa si debe buscar compañeros de viaje.
Él sabe que viajar con más o caminar al lado de otra gente le puede traer tranquilidad, al menos un tiempo, pero también sabe que eso puede cortar su libertad, ya que tiene que aceptar que los demás quieran guiar o dirigir su camino.

Entonces reflexiona si quiere caminar su camino o por el contrario está dispuesto a que le impongan el camino los demás y como es un caminante prefiere continuar solo su camino y disfrutar de él, entendiendo que la soledad es parte del precio que tiene que pagar para ser libre….


miércoles, 24 de julio de 2013

EL HOMBRE QUE ESCULPÍA LÁPIDAS


Había una vez un hombre que cortaba y tallaba rocas para hacer lapidas. Se sentía infeliz con su trabajo y pensaba que le gustaría ser otra persona y tener una posición social distinta.
Un día paso por delante de la casa de un rico comerciante y pensó que le gustaría ser exactamente como él, en lugar de tener que estar todo el día trabajando la roca con el martillo y cincel.
Para gran sorpresa suya, el deseo le fue concedido y de este modo se hallo de pronto convertido en un poderoso comerciante, disponiendo de mas lujos y más poder de los que nunca había podido siquiera soñar. Al mismo tiempo era también envidiado y despreciado por los pobres y tenia igualmente mas enemigos de los que nunca soñó.
Entonces vio un importante funcionario del gobierno, transportado por sus siervos y rodeado de gran cantidad de soldados. Todos se inclinaban ante él. Sin duda era el personaje más poderoso y más respetado de todo el reino. El tallador de lapidas, que ahora era comerciante, deseó ser como aquel funcionario, tener abundantes siervos y soldados que lo protegieran y disponer de mas poder que nadie.
De nuevo le fue concedido su deseo y de pronto se convirtió en el importante funcionario, el hombre más poderoso del todo el reino, ante quien todos se inclinaban.
Pero el funcionario era también la persona mas temida y más odiada de todo el reino y precisamente por ello necesitaba tal cantidad para que lo protegieran.
Mientras tanto el calor del sol le hacia sentirse incomodo y pesado. Entonces miro hacia arriba, viendo al sol que brillaba en pleno cielo azul y dijo: “¡Que poderoso es el Sol! ¡Cómo me gustaría ser el Sol!”
Antes de haber terminado de pronunciar la frase se había ya convertido en el sol, iluminando toda la tierra. Pero de pronto surgió una gran nube negra, que poco a poco fue tapando al sol e impidiendo el paso de sus rayos. “¡Que poderosa es esa nube! –pensó- ¡como me gustaría ser como ella!”
Rápidamente se convirtió en la nube, anulando los rayos del sol y dejando caer su lluvia sobre los pueblos y los campos. Pero luego vino un fuerte viento y comenzó a desplazar y a disipar la nube. “Me gustaría ser tan poderoso como el viento”, pensó, y automáticamente se convirtió en viento.
Pero aunque el viento podía arrancar árboles de raíz y destruir pueblos enteros, nada podía contra una gran roca que había allí cerca. La roca se levantaba imponente, resistiendo inmóvil y tranquila a la fuerza del viento. “¡Que potente es esa roca!” –pensó- “¡Cómo me gustaría ser tan poderoso como ella!”
Entonces se convirtió en la roca, que resistía inamovible al viento mas huracanado. Finalmente era feliz, pues disponía de la fuerza más poderosa existente sobre la Tierra.

Pero de pronto oyó un ruido. Clic, clic, clic. Un martillo golpeaba a un cincel, y este arrancaba un trozo de roca tras otro. “¿Quién podría ser más poderoso que yo?”, Pensó, y mirando hacia abajo la poderosa roca vio... al hombre que esculpía lapidas. 

-El valor de las cosas-


"Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?"
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después...- y haciendo una pausa agregó Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
-E...encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
-Bien-asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió.
Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.
Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
-Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
-Que importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
-¡¿58 monedas?!-exclamó el joven.
-Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... si la venta es urgente...
El Joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.